Serie11 .Jean Jean: el nuevo rostro del cine latinoamericano.
Este año, Jean Jean obtuvo el premio al Mejor Actor Iberoamericano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara por su rol protagónico en la película dominicana Carpinteros. Al mismo tiempo, debutó como realizador con el documental Si Dios quiere, Yuli, que ya ha cosechado varios galardones en festivales regionales. ¿De dónde surgió este cineasta en ascenso? Conozca la historia detrás su éxito.
Jean Jean llegó al Festival Internacional de Cine de Panamá riendo de oreja a oreja. Tenía motivos para estar feliz. No solo estaba participando en el encuentro con dos películas, que no es poca cosa, sino que justo dos semanas antes acababa de ganar un premio codiciado: Mejor Actor Iberoamericano en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara por su rol protagónico en la película dominicana Carpinteros. Con semejante golazo, se ha convertido en el primero en la isla La Española en agenciarse semejante reconocimiento internacional, y lo logra con su primer papel principal luego de pasar quince años interpretando roles secundarios.
Es la cara del filme que promete ser el gran éxito del cine hecho en República Dominicana para este año. En efecto, Carpinteros, una historia de amor carcelaria dirigida por José María Cabral, acaba de ser estrenada comercialmente en suelo dominicano con gran aceptación de público y crítica. Antes tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Sundance, siendo la primera cinta quisqueyana en entrar en la competencia oficial del prestigioso certamen. En Guadalajara, además del ya mencionado galardón, obtuvo el Premio Especial del Jurado y el Premio Maestro Goldenblank, otorgado por la Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América Latina. Y en el Havana Film Festival de Nueva York, Cabral se alzó con la presea al Mejor Director.
Si bien es cierto que toda esta notoriedad inusitada fue la que me hizo descubrir la existencia de Jean Jean, en realidad me interesé en conversar con él por la otra película que vino a presentar a Panamá. Se trata de su opera primera como realizador: Si Dios quiere, Yuli, un documental que profundiza sobre el aparatoso proceso por el que atraviesa una haitiana cuando intenta regularizar su estatus migratorio como residente luego de vivir más de treinta años en la República Dominicana. Lo que más llamó mi atención es que la protagonista es la madre del propio director y que él fue la razón por la que ella decidió cruzar la frontera en busca de una vida mejor.
Modesta y sencilla, pero vital y tremendamente humana, la cinta no se limita a retratar el conflicto, sino que explora temáticas más universales como el vínculo madre-hijo, la relación de ambos con su nuevo hogar y los lazos de genuina solidaridad y hermandad que existen entre los seres humanos, más allá de fronteras y nacionalidades, dándole una perspectiva esperanzadora al drama que muestra. Por este trabajo, el joven cineasta egresado de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, se llevó el premio al Mejor Documental en los festivales de Martinica y Trinidad y Tobago —donde también ganó el premio de Derechos Humanos de Amnistía Internacional—, y en el Caribbean Tales, de Toronto.
El hijo de Tierra de Nadie
Jean Jean nació el 12 de septiembre de 1980 en un sitio llamado Eau Hondo, una pequeña comuna del municipio de Tomassique, del Departamento Central, en la zona de Cerca la Source. “Es un lugar ubicado en Haití, pero cerquita de la frontera con República Dominicana. Tan cerca que entra en una franja denominada popularmente como Tierra de Nadie. De ahí vengo yo”.
Llegó a suelo dominicano a los tres años de edad y muy pronto se fue iniciando en la actuación de forma muy orgánica. “Fue muy curioso. Recuerdo que desde muy pequeño me gustaba imitar a los humoristas dominicanos que salían en la televisión. Entonces mi madre, al verme imitando a los humoristas, se partía de la risa y me decía que ella, tarde o temprano, me iba a ver en la televisión. Esas palabras son mágicas en la niñez de cualquier ser humano, porque son palabras que brindan total libertad. Y eso me ha acompañado durante toda mi vida”. Al hablar de su madre se emociona visiblemente y no demora en aclarar que ella es su centro y uno de los pilares de su vida. “Fue la primera persona que me hizo sentir bien actuando. Ella es una mujer muy noble y eso ha sido muy importante para tener mi corazón como un tanque lleno de amor”.
Pese a su vocación innata y el apoyo familiar, la actuación tuvo que esperar. Al terminar el bachillerato se mudó del pueblo en el que creció, Las Matas de Farfán, en la provincia de San Juan de la Maguana, a la ciudad de Santo Domingo, para intentar estudiar ingeniería civil. “Era una carrera que daba trabajo, o eso era lo que me recomendaba mi tutor y padrino, Felifrán”. Sin embargo no lo logró, debido al obstáculo que ha tenido que sortear desde que llegó a República Dominicana. “Por mi precario estatus migratorio, si yo hubiese querido estudiar economía, ciencias políticas o ingeniería, hubiese tenido que pagar como extranjero, en dólares y súper caro. Así que me vi impedido de estudiar en una universidad. Fui como oyente durante dos semestres a ingeniería civil, porque realmente me interesaba estudiar, hasta que me harté”.
Al poco tiempo recibió una señal divina que lo reconectó con su viejo deseo de actuar. Descubrió un anuncio en el periódico sobre la apertura de un laboratorio de actuación en la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD), a cargo del maestro ángel Haché, uno de los grandes actores y directores teatrales de República Dominicana. “Ahí pasó algo transformador”. Fiel al llamado, fue a la escuela para intentar inscribirse, con gran temor de que lo rechazaran. Afortunadamente, al explicar su situación, tanto el director de la institución como el propio Haché le contestaron al joven aspirante que el arte no distinguía entre nacionalidades ni conocía de fronteras. “Así comencé mis estudios superiores. A ellos les estaré eternamente agradecido”.
Entre 2001 y 2003 estudió en la ENAD. Luego, bajo la guía y dirección de su maestro ángel Haché, fundó junto a sus compañeros egresados el Grupo de Teatro Orgánico (aún activo), con el que hizo obras de carácter político y recibieron muy buena crítica. Después se fue colando de a poco en la entonces incipiente industria cinematográfica de República Dominicana, logrando roles secundarios en películas como Los locos también piensan (Humberto Che Castellanos), La cárcel de la victoria (José Enrique Pintor), Viajeros (Carlos Bidó), Ladrones a domicilio (ángel Muñiz), Hermafrodita (Albert Xavier) y La soga (Josh Crook).
“Para el 2007 ya había hecho unas nueve películas, y todo esto antes de que entrara en vigencia la Ley de Cine, que fue en el 2010. A esa altura me empecé a sentir encasillado en un tipo de personajes que yo sentía que no me permitían desarrollarme como individuo. Me ponían a actuar de un dominicano, y me parece bien que me acepten como dominicano porque también lo soy, me ponían a interpretar a un haitiano o también me ponían a interpretar a un haitiano que se hacía pasar por un dominicano, o viceversa. Y ahí me di cuenta de que yo tenía que pasar detrás de la cámara y desencasillarme”. Entonces su viaje tomó otro rumbo: se fue a Cuba a estudiar cine documental, gracias al consejo y el apoyo de la cineasta dominicana Tanya Valette, egresada del plantel y primera mujer en ser directora de la mítica escuela de San Antonio de los Baños.
Estuvo fuera durante siete años: tres estudiando en Cuba y luego el resto en Canadá, gracias a un proyecto de intercambio que tiene la EICTV con la Universidad Concordia, en Montreal. Volvió a República Dominicana en 2015 y desde entonces viene cosechando los frutos de su determinación por ser artista y de la buena estrella que puso en su camino a personas claves que impulsaron su talento. “Del 2015 para acá he tenido la inmensa fortuna de trabajar en siete películas. Y dos de ellas están aquí en Panamá, luego de haber ganado nueve premios ya”.
La situación migratoria de Jean Jean y su madre sigue siendo frágil. Pronto se vence el plazo de permanencia legal como no residentes, que obtuvieron luego de haber participado del Plan Nacional de Regularización de Extranjeros hace dos años. Al preguntarle qué pasará después, me responde: “Una batalla a la vez, hermano. De momento voy a estar en Santo Domingo actuando en una obra de teatro que precisamente aborda el tema de la migración haitiana”. Se llama En la soledad de Tierra de Nadie, una adaptación de la obra original En la soledad de los campos de algodón, del dramaturgo francés Bernard-Marie Koltès, que se presentará este mes bajo la producción de la compañía Teatro de los Oficios. Y pese a la incertidumbre, no se me ocurrió un desenlace más esperanzador para contarles la historia de este muchacho que es una prueba viviente de que el arte es capaz de romper fronteras
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